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El reto era inmenso. El terreno en el que el estudio Wallmakers tuvo que levantar esta casa estaba atravesado por un aliviadero, estructura diseñada para liberar el exceso de agua de un embalse o presa, y que formaba una garganta de siete metros de profundidad. "Desde el principio, el proyecto se vio limitado por varias restricciones: era necesario conectar las dos parcelas, pero los cimientos no podían ubicarse dentro de los 30 metros de ancho del aliviadero; podíamos construir un puente habitable, pero debía haber suficiente espacio libre para que una retroexcavadora pudiera limpiar los dos arroyos que lo cruzaban; queríamos construir el puente con materiales locales, pero la hierba silvestre parecía ser el único material disponible en un radio de ocho kilómetros".
"La idea de la Casa Puente surgió dentro de estas limitaciones: Un puente colgante de 30 metros compuesto por cuatro parábolas hiperbólicas, construido con un mínimo de tubos y tendones de acero que le confieren resistencia a la tracción, y un compuesto de paja y barro que le proporciona resistencia a la compresión", así explica el estudio cómo acometieron este proyecto.
Enclavado entre los numerosos árboles de la garganta, el puente parece flotar, mimetizándose con la densa vegetación. La capa de paja, inspirada en las escamas de un pangolín, proporciona aislamiento térmico y una refrigeración eficaz, lo que permitió optar por una estructura ligera y de gran envergadura con solo cuatro cimientos, minimizando así su impacto en el terreno. "La capa de enlucido de barro evita que roedores u otras plagas excaven en el interior de la vivienda (la principal razón por la que los techos de paja han caído en desuso) y aporta resistencia a la compresión, estabilizando aún más la estructura al no contar con pilares de suspensión verticales. La construcción se convierte así en un ecosistema vivo, donde los humanos habitan sin ser molestados en el interior y la naturaleza encuentra su lugar en el exterior".
La casa de campo, de 418 metros cuadrados, tiene un diseño abierto con un óculo central que funciona como patio, permitiendo disfrutar del cielo y la lluvia. Los cuatro dormitorios cuentan con amplias aberturas hacia el bosque o con vistas al arroyo. Las celosías de yute, las pantallas de malla y el suelo de madera reciclada de cubiertas de barcos completan el estilo minimalista de la casa y sirven como ejemplo de reutilización adaptativa.
El interior mantiene la misma lógica orgánica del exterior, donde todo parece haber nacido del propio terreno y las superficies de barro envuelven los espacios como una segunda piel que respira, regula la temperatura y suaviza la luz. Las bóvedas, ejecutadas con una textura acanalada que amortigua el sonido y genera un ambiente de recogimiento, acogen las distintas estancias con un sentido casi escultórico. El mobiliario, también elaborado a partir de materiales naturales y locales, prolonga esta sensación de continuidad, con mesas de madera maciza y líneas redondeadas, sillas tejidas con fibras vegetales así como piezas de cuerda trenzada.
La distribución fluye de manera ininterrumpida, sin muros rígidos, conectando las zonas de descanso con las de encuentro mediante pasajes que actúan como filtros visuales. Las celosías de yute y las estructuras de madera ligera sustituyen a las paredes convencionales, filtrando la luz y permitiendo la ventilación cruzada. Los dormitorios, el baño y las áreas comunes comparten una misma atmósfera introspectiva, donde el límite entre interior y exterior se disuelve. En el dormitorio principal, una bañera exenta se integra en el espacio como una pieza escultórica más, mientras que los paneles translúcidos tamizan la claridad del día con un tono ámbar.


























